Como los Ángeles al caer el sol danzaban al ritmo del laúd. La música y la danza estaban dedicadas únicamente para el Maharajá. Las gasas y encajes de sus livianas túnicas dejaban transparentar sus jóvenes y ágiles muslos. Con mirada febril, hipnotizado por tanta belleza, el furtivo permanecía absorto escondido tras los cortinajes, ignorante de que el eunuco había descubierto su presencia y avanzaba silenciosamente alfanje en mano. De pronto su vista se nubló…
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